martes, junio 27, 2006

DECODIFICANDO EL CODIGO DA VINCI PARTE II

Si bien no hay ninguna base histórica para la afirmación de que Constantino alteró los Evangelios del Nuevo Testamento para que hicieran aparecer a Jesús más parecido a Dios, todavía debemos preguntar si los Evangelios son fuentes confiables y fidedignas de información sobre Jesús. Según Teabing, el historiador ficticio que encontramos anteriormente: "Casi todo lo que nuestros padres nos enseñaron acerca de Cristo es falso" (235). ¿Es cierto esto? La respuesta depende, en gran manera, de la confiabilidad de las biografías más antiguos que tenemos de Jesús, los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Cada uno de los Evangelios fue escrito en el primer siglo d.C. Si bien son, técnicamente, anónimos, tenemos evidencia bastante fuerte de escritores del segundo siglo, como Papías (c. 125 d.C.) e Ireneo (c. 180 d.C.), que atribuye cada Evangelio a su autor tradicional. Si su testimonio es verdadero (y tenemos pocos motivos para dudarlo), entonces Marcos, el compañero del discípulo Pedro, escribió la esencia de la predicación de Pedro. Y Lucas, el compañero del apóstol Pablo, investigó cuidadosamente y escribió la biografía que lleva su nombre. Finalmente, Mateo y Juan, dos de los doce discípulos de Jesús, escribieron los libros que se les atribuyen. Si todo esto es correcto, entonces los sucesos registrados en estos evangelios "están basados en el testimonio directo o indirecto de testigos oculares".{6} Pero, los escritores de los Evangelios, ¿tuvieron la intención de registrar de forma fidedigna la vida y el ministerio de Jesús? ¿Estaban, siquiera, interesados en la historia, o acaso sus intenciones teológicas opacaron todo deseo que pudieran haber tenido de decirnos lo que realmente pasó? Craig Blomberg, un estudioso del Nuevo Testamento de Denver Seminary, observa que la introducción del Evangelio de Lucas "se parece mucho a los prólogos de obras históricas y biográficas de la antigüedad en las que la gente confía generalmente". Además, señala que, dado que Mateo y Marcos son muy similares a Lucas en términos de género, "parece razonable que la intención histórica de Lucas reflejaría muy estrechamente la intención de ellos".{7} Finalmente, Juan nos dice que escribió su Evangelio para que la gente pudiera creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y que, al creer, pudieran tener vida eterna en su nombre (20:31). Si bien podemos reconocer que esta declaración revela una clara intención teológica, Blomberg señala que "si una se va a convencer lo suficiente como para creer, la teología tiene que fluir de la historia exacta".{8} Es interesante que las disciplinas de la historia y la arqueología son una gran ayuda para corroborar la confiabilidad general de los escritores del Evangelio. Donde estos autores mencionan personas, lugares y sucesos que pueden ser verificados con otras fuentes antiguas, se demuestra consistentemente que son bastante confiables. Por lo tanto, tenemos buenos fundamentos para confiar en los Evangelios del Nuevo Testamento. Pero, ¿qué pasó con los "evangelios" que no llegaron a entrar en el Nuevo Testamento? Específicamente, que pasó con los documentos de Nag Hammadi?

DECODIFICANDO EL CODIGO DA VINCI PARTE I

Los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que más tarde fueron reconocidos oficialmente como parte del canon (o "regla de fe") del Nuevo Testamento, ¿fueron alterados y "mejorados" intencionalmente en el siglo IV por orden del emperador Constantino? Esto es lo que Leigh Teabing, el historiador real ficticio de El Código Da Vinci, sugiere. En un punto dice: "Constantino encargó y financió una nueva Biblia, que omitía aquellos evangelios que hablaban de los rasgos humanos de Cristo, y alteró aquellos Evangelios que lo hacían aparecer con características de Dios". (234). Pero, ¿es esto realmente verdad? Es cierto que en una carta al historiador de la iglesia primitiva, Eusebio, Constantino ordenó la preparación de "cincuenta copias de las Sagradas Escrituras".{4} Pero en ninguna parte de la carta ordena que ninguno de los Evangelios sea alterado a fin de hacer aparecer a Jesús más como Dios. Y, aun si lo hubiera hecho, habría sido prácticamente imposible lograr que los fieles cristianos aceptaran este tipo de relatos. Antes del reinado de Constantino, la iglesia había enfrentado una persecución generalizada bajo el emperador Diocleciano. ¡Resulta difícil creer que la misma iglesia que había soportado esta persecución de pronto arrojaría por la borda sus amados Evangelios para abrazar relatos alterados de la vida de Jesús! Además, con toda seguridad, de haber intentado hacer algo así Constantino, tendríamos bastante evidencia en los escritos de los Padres de la Iglesia. Pero esta evidencia falta por completo. Y, finalmente, decir que los líderes de la iglesia del cuarto siglo, muchos de los cuales había soportado persecución por su fe en Cristo, accederían a unirse a Constantino en una gran conspiración de este tipo es completamente fantasioso. Simplemente no hay ninguna evidencia de que haya ocurrido jamás. Un último punto. Tenemos copias de Mateo, Marcos, Lucas y Juan que son significativamente anteriores a Constantino y al Concilio de Nicea. Si bien ninguna de las copias está completa, sí tenemos copias casi completas tanto de Lucas como de Juan en un códice fechado entre 175 y 225 d.C., al menos cien años antes de Nicea. Otro manuscrito, fechado alrededor de 200 d.C. o antes, contiene la mayor parte del Evangelio de Juan.{5} Pero, ¿por qué es importante esto? Primero, podemos comparar estos manuscritos prenicenos con los que siguieron a Nicea para ver si hubo alguna alteración. No hubo ninguna. Segundo, las versiones prenicenas del Evangelio de Juan incluyen algunas de las declaraciones más fuertes registradas sobre la deidad de Jesús (ej: 1:1-3; 8:58; 10:30-33; etc.). Es decir, ¡las declaraciones más explícitas de la deidad de Jesús en cualquiera de nuestros Evangelios ya se encuentran en manuscritos que antedatan a Constantino en más de cien años! Esto en cuanto a la teoría de que fueron alterados. Pero, ¿podemos confiar en estos Evangelios?

EL EVANGELIO DE JUDAS:HECHOS Y ESPECULACIONES

El Evangelio de Judas: Hechos y especulaciones La reciente publicación por parte de National Geographic de una copia del llamado Evangelio de Judas, presente en un códice de papiro hallado hace casi tres décadas en Egipto fue precedida de un impresionante despliegue publicitario que alcanzó los titulares de los medios de todo el mundo. Lamentablemente, National Geographic eligió presentar un acontecimiento científico notable con un deliberado tono sensacionalista, no exento de insinuaciones contra las iglesias cristianas, como es obvio en el título de la presentación televisiva: “El evangelio prohibido de Judas”. En el desarrollo del programa se afirmó que el documento podría “desbaratar” el dogma cristiano, que el obispo Ireneo de Lyon escogió en el siglo II los cuatro Evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y descartó decenas de otros evangelios existentes. También se dijo que en los Evangelios canónicos se evidencia un creciente antisemitismo, y se vinculó este supuesto antisemitismo con la persecución de los judíos que alcanzó su culminación en el siglo XX bajo el régimen nazi. La liviandad irresponsable de estas afirmaciones contrasta con la seriedad del trabajo de restauración, reconstrucción, edición y traducción del texto por parte de los eruditos involucrados. Por esta razón se torna imprescindible distinguir el valor histórico del Evangelio de Judas de su empleo con fines ideológicos. Algunos hechos El documento publicado forma parte de un códice (conjunto de hojas cosidas a modo de libro) de papiro de 62 ó 66 páginas, hallado en 1978 cerca de El Minyah, una localidad en el margen occidental del Nilo. El sitio se encuentra al norte de Hag Hammadi, donde en 1945 se hallaron varios documentos relacionados. Fue comprado por anticuarios locales, ilegalmente sacado de Egipto y finalmente adquirido por la anticuaria de Zurich Frieda Nussberger-Tchacos en 2000. La propietaria lo llamó códice Tchacos en honor a su padre. El códice había pasado 16 años en una caja de seguridad en Nueva York, donde, lejos del clima cálido y seco de Egipto, su estado se había deteriorado notablemente. La Fundación Mecenas de Basilea (Suiza) lo adquirió en 2001, pero como la ley suiza no permite la venta de un documento robado de su país de origen, la citada Fundación debió buscar formas alternativas de obtener beneficios. Por ello convocó a National Geographic para conservar, autenticar, editar y traducir el documento, cuyo destino final será el Museo Copto de El Cairo. El códice Tchacos consta de hojas de papiro escritas de ambos lados. El Evangelio de Judas ocupa sólo una parte de su extensión. El resto contiene otros documentos como el Primer Apocalipsis de Jacobo, la carta de Pedro a Felipe y un texto denominado tentativamente el Libro de Alógenes. Está escrito en copto, el idioma popular de los egipcios entre los siglos III y X de nuestra era, que incorporaba muchas palabras griegas y se escribía en caracteres similares a los del alfabeto griego. Específicamente, la escritura corresponde a un dialecto copto llamado sahídico. La autenticidad del códice fue evaluada mediante una serie de técnicas que incluyen su datación mediante carbono-14, análisis de la tinta empleada, análisis multiespectral, paleografía (análisis de la escritura antigua). Además se realizó un análisis del contenido y estilo. Los resultados indican que se trata de un genuino códice copto que data del siglo III o IV de nuestra era. Esto no significa en modo alguno que sea un documento cristiano, ni mucho menos de origen apostólico. Resumen del contenido Lo siguiente se basa en la traducción publicada por National Geographic, que al parecer no incluye sino parte del texto del códice original. El llamado Evangelio de Judas está encabezado por la siguiente descripción: “El relato secreto de la revelación que Jesús pronunció en conversación con Judas Iscariote durante una semana, tres días antes de que celebrara la Pascua”. Al final del manuscrito, como en otros similares, se lee el título: El evangelio de Judas. Menciona que Jesús hizo “milagros y grandes maravillas para la salvación de la humanidad” y que llamó doce discípulos, a los cuales a veces se les aparecía como un niño. Característicamente, Jesús censura una y otra vez a los doce, y se ríe de ellos. El único que puede permanecer en pie ante él es Judas, quien le confiesa como proveniente del “ámbito inmortal de Barbelo”. Jesús le ordena que se aparte de los otros discípulos para recibir una gran revelación. Si bien el texto es fragmentario, ya que faltan líneas aquí y allá, lo que se presenta es una cosmogonía y una escatología típica del movimiento gnóstico, en la cual, por ejemplo, Adán y Eva fueron creados por espíritus inferiores o diabólicos. Jesús le revela a Judas que este último debería sufrir a causa de la incomprensión de los otros, pero añade: “Tú los sobrepasarás a todos, pues sacrificarás al hombre que me reviste”. Jesús mismo le encarga a Judas que lo entregue. El documento concluye diciendo que Judas contestó las preguntas de los escribas, “recibió dinero y lo entregó a ellos.” Diferencias con los Evangelios canónicos Existen muchas diferencias notables entre el Evangelio de Judas y los cuatro Evangelios canónicos, ya sea considerados individualmente o en conjunto. El trasfondo doctrinal de los Evangelios Canónicos son las Escrituras hebreas, como lo demuestran los cientos de citas y alusiones al Antiguo Testamento que aparecen en boca de Jesús y sus discípulos. En los Evangelios canónicos, como en el resto del Nuevo Testamento, la misión de Jesús como Mesías de Israel es comprendida a partir de un Nuevo Pacto anunciado por los antiguos profetas de Israel (en particular Jeremías), y la muerte de Jesús tiene como propósito obrar la expiación por los pecados. El Evangelio de Judas nada dice de las Escrituras hebreas (con excepción de los nombres de Adán, Eva y Set) y en él la muerte de Jesús carece de valor expiatorio. No posee intención sacrificial, sino que es simplemente un instrumento para que el espíritu de Cristo se desembarace del hombre Jesús, para poder entonces ascender a ámbitos superiores de existencia. Tampoco hay indicio de la creencia en la resurrección de Jesucristo, central para la fe cristiana. Así, en el Evangelio de Judas se refleja la noción platónica del cuerpo como cárcel del alma, como un estorbo del cual hay que deshacerse para alcanzar la salvación. El gnosticismo típicamente consideraba al universo material como intrínsecamente inferior e indigno de redención. Por esta razón estimaba al Dios creador del Antiguo Testamento como una divinidad inferior e incapaz de salvar. La salvación proviene a través de la adquisición de un conocimiento superior (gnosis), reservado a los pocos que eran dignos de él, sobre la verdadera naturaleza del alma humana y cómo puede ella trascender el universo material. Tales ideas contrastan notablemente con la enseñanza bíblica sobre el universo creado por el único Dios e intrínsecamente bueno. Aunque corrupto a causa del pecado, el universo está destinado a ser rescatado y a tornarse, en el final de los tiempos, un cielo y una tierra nuevos en los que mora la justicia. Esta creencia es además coherente con la afirmación de la resurrección corporal, ejemplificada por la resurrección del propio Cristo. “Auténtico” no significa “cristiano” ni “bíblico” Nos encontramos, pues, ante un documento antiguo, probablemente genuino, que data de alrededor del año 400 de nuestra era. Se supone que este documento copto es una traducción de un documento escrito en griego hacia la segunda mitad del siglo segundo. Si esto es cierto, el Evangelio de Judas puede decirnos mucho acerca de lo que creía quien lo escribió. Además de alusiones a eones y divinidades ajenas a la Biblia, su autor parece haber conocido superficialmente algunas enseñanzas y textos cristianos. Su contenido publicado permite inferir que proviene de un grupo sincrético marginal, que amalgamó creencias paganas y cristianas. Como resultado, lo que enseña no es auténtico cristianismo tal como lo conocemos por las Escrituras y la historia. El Metropolitano de la Iglesia Ortodoxa Copta resumió esto al declarar que “no son textos cristianos confiables ni exactos, ya que son histórica y lógicamente extraños al pensamiento cristiano principal y a la filosofía de los cristianos primitivos y actuales”. Debe notarse además que, a pesar del título, sería un grosero anacronismo atribuir al Iscariote el “evangelio” que lleva su nombre. ¡Simplemente no pudo haber sido escrito por Judas más de un siglo después de su muerte! La costumbre de atribuir por escrito la autoría de obras de esta clase a algún personaje conocido de la era apostólica es muy común en la literatura apócrifa. En contraste, gran parte del Nuevo Testamento canónico es anónimo en sentido estricto, pues sus autores no se identifican en el texto. Fue la tradición temprana de la Iglesia, cuando aún vivían en ella discípulos de los Apóstoles, la que adjudicó la autoría que hoy aceptamos. Pero además, el texto publicado sugiere que el Evangelio de Judas no fue escrito por alguien que conociera la geografía palestina ni las costumbres judías. No se menciona ningún lugar, ningún acontecimiento concreto de la vida de Jesús, y ni siquiera el nombre de los doce discípulos, con la sola excepción de Judas. Los acontecimientos transcurren en un limbo espaciotemporal. Todo lo contrario ocurre en los Evangelios canónicos, llenos de alusiones a costumbres, lugares y personajes del tiempo de Jesús. Acusaciones infundadas Los cuatro Evangelios canónicos fueron escritos pocas décadas después de los hechos que narran, cuando aún vivían testigos presenciales. Fueron tempranamente reconocidos como dotados de autoridad por la mayoría de las Iglesias, y probablemente circularon en ellas como una colección ya a principios del siglo II. Por esta razón Ireneo de Lyon pudo declarar algo más tarde que sólo había cuatro Evangelios auténticos: porque la abrumadora mayoría de los cristianos admitía este hecho. Es insensato suponer que Ireneo, o cualquier otro obispo de ese tiempo, hubiera podido imponer una selección arbitraria al resto de las Iglesias cristianas. Lo que hizo Ireneo fue poner por escrito lo que ya era generalmente aceptado. Ninguno de los otros llamados evangelios fue jamás tomado seriamente por la iglesia cristiana en su conjunto. El Evangelio de Judas, escrito mucho después de los hechos por alguien obviamente ajeno al contexto espacial y temporal de la Judea del primer siglo, jamás podría seriamente afectar la fe cristiana histórica basada en las Escrituras hebreas y griegas. Tampoco es correcto suponer un creciente antisemitismo en los Evangelios canónicos. Desde luego, los Evangelios reflejan la polémica con los judíos que no aceptaron a Jesús como Mesías, polémica que se agudiza en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de Pablo. Pero es arbitrario y anacrónico acusar de antisemitismo a los Apóstoles y demás seguidores del Mesías judío, muchos de ellos judíos ellos mismos. Conclusión La presentación de un documento antiguo – no exento de valor histórico intrínseco pero totalmente irrelevante para el conocimiento de la vida y enseñanzas de Jesús – como si fuera un desafío capaz de cuestionar radicalmente la doctrina cristiana no es periodismo responsable ni buena ciencia. Es posible que una desmedida ambición de obtener ganancias a toda costa se encuentre en la raíz de este desafortunado emprendimiento.